China
El presidente de China, Xi Jinping, en una conferencia de prensa en el Gran Salón del Pueblo, Pekín, 2017. /REUTERS

Cuando ceda el frenesí de la crisis que desencadenó el COVID-19, el mundo se va a encontrar con un liderazgo consolidado de Pekín a nivel global. El último logro de Xi Jinping fue la firma a comienzos de noviembre del acuerdo para la creación de la RCEP, la mayor zona de librecomercio del mundo. La RCEP es impulsada por Pekín y excluye a EEUU. Está integrada por 15 países de Asia y Oceanía.

La diplomacia china supo aprovechar la oportunidad que generó la pandemia. Con inteligencia, apoyó a otros países con envíos de insumos y personal capacitado. China está desarrollando cuatro vacunas —una de ellas, en los últimos pasos de ensayos clínicos— y se unió a COVAX, la alianza de una decena de países para el desarrollo de vacunas contra el COVID-19, patrocinada por la Organización Mundial de la Salud (OMS). De esta iniciativa tampoco participa EEUU.

China pisa cada vez más fuerte alrededor del mundo. La rivalidad con EEUU por el predominio mundial fue de tensión constante, por momentos agresiva, durante la era Trump. El triunfo de Joe Biden abre un interrogante sobre cómo seguirá este vínculo. ¿Volverá a la política de entendimiento y coexistencia que llevó adelante Obama o continuará con la guerra comercial?

De la influencia regional al liderazgo global

China ascendió en las últimas tres décadas de un actor de peso en Asia a líder global. A partir de los noventa se integró en las estructuras multilaterales de su región: se sumó en 1991 al Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico; en 1994, al Foro Regional de la Asociación de Naciones del Sudeste de Asia (ASEAN), compuesta por 27 miembros; impulsó en 1997 el proceso de cooperación ASEAN más tres (China, Japón y Corea del Sur).

La diplomacia china continuó ganando influencia en el nuevo siglo. Con cautela y a pasos firmes. Firmó en 2002 el Acuerdo de Libre Comercio ASEAN-China. En 2000 se estableció el Foro de Cooperación China-África. En materia de seguridad, la principal propuesta de China fue la creación en 2001 de la Organización de Cooperación de Shanghái, conformada por ocho naciones. En ese mismo año, China llevó adelante el Chiang Mai, compuesta por ASEAN más tres, con el propósito de crear un esquema multilateral de swap de monedas. Este se concretó en 2010, con un fondo equivalente a 120.000 millones de dólares. En 2004 creó el Foro de Cooperación China-Estados Árabes.

Pero una de las iniciativas más conocidas, y con mayor repercusión a nivel global, fue la creación en 2009 del bloque de los BRICS, llamado así por la sigla de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Este bloque está integrado por economías emergentes, con peso económico y lo que en aquel momento se veía como un futuro prometedor. Los BRICS establecieron en 2015 el Nuevo Banco de Desarrollo, con sede en Shanghái y con un capital de 50.000 millones de dólares.

China también promovió en 2016 la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, cuya sede está en Pekín. El banco tiene un capital de 100.000 millones de dólares de capital y 82 miembros: 45 de Asia y 37 extraregionales. Latinoamérica participa en esta entidad a través de Ecuador y Uruguay. La República Popular también tejió lazos con 17 países de Europa Central y Oriental, con quienes creó el Foro China-CELAC.

La nueva ruta de la seda y la relación con Argentina

El proyecto más ambicioso de China, sin embargo, es la Nueva ruta de la seda, también conocida como la iniciativa de la Franja y La Ruta. En el marco de este macroproyecto comercial y de infraestructura, China firmó desde 2013 memorandos de entendimiento con más de 100 países. En Latinoamérica ya adhirieron 17 países; Argentina aún no lo ha hecho.

Las relaciones entre Buenos Aires y Pekín pasan por un gran momento. China es el mayor socio comercial del país este año y existe un fuerte compromiso para que Argentina se incorpore a la Nueva ruta de la seda . Este fue el tema principal sobre el que conversaron Xi Jinping y Alberto Fernández en el último llamado. El canciller argentino, Felipe Solá, confirmó esta semana que el país va a sumarse a esta iniciativa el año próximo.

El vínculo entre China y Argentina cobró fuerza durante la presidencia de Néstor Kirchner, cuando la República Popular era gobernada por Hu Jintao y el aumento de la demanda asiática de alimentos llevó a la soja a precios exorbitantes. El intercambio comercial aumentó en intensidad, aunque siempre con un saldo a favor de China. Durante los gobiernos de Cristina Fernández, ya con el todopoderoso Xi Jinping al mando, Argentina selló la Asociación Estratégica Integral con China. Macri continuó el romance con China desde lo comercial y con la ayuda del swap de rescate.

La diplomacia china presta atención especial a Argentina desde hace años. Y tiene bien identificados los intereses en el país: Vaca Muerta, la base de observación militar que instaló en Neuquén, el proyecto de la Hidrovía Paraná Paraguay, la compra de compañías cerealeras y la expansión de la red de 5G de la empresa Huawei.

La vinculación con China es una oportunidad para la inserción internacional del país. Argentina puede convertirse en aliado de una de las economías más dinámicas del mundo. Pero toda oportunidad entraña sus amenazas. Y Argentina necesita una estrategia inteligente, realista y seria para vincularse con una potencia donde la relación de fuerzas es abismal. No hacerlo se paga con soberanía.


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